
En casa.
Mañana me tengo que levantar a trabajar, un día más. Luego he quedado con unos amigos porque vamos a pasar el fin de semana al sur de la isla, ya que Ricardo va a hacer un homenaje en forma de poesía a Carlos y quiero estar ahí, por él, porque está nervioso, porque es su primera vez… No me apetece nada. No quiero hacer nada de lo que tengo planeado. No quiero ir a trabajar, no quiero ir al sur, no quiero quedarme a dormir… Pero lo voy a hacer porque lo tengo que hacer.
En el fondo creo que es eso lo que me está desestabilizando día a día. El saber que mi alma me pide una cosa y mi forma de ser hace otra. Esa dualidad constante que hace que todo sea demasiado complicado. Quizá por eso Carlos y yo pudimos con estos años sin problemas: los dos somos supervivientes. Da igual lo que pase, siempre tiramos hacia delante. Siempre afrontamos los problemas, nunca nos quedamos atrás, nunca nos rendimos… Y es eso lo que en estos momentos me mata: no quiero hacer nada pero mi forma de afrontar las cosas me hace levantarme y continuar. Mi naturaleza me impide rendirme, cuando yo quiero rendirme. Lucho día a día conmigo misma.
Quiero gritar basta. Quiero sentarme y olvidar. Olvidarme de mi vida por un momento. Pero no puedo. Algo me impulsa a seguir, y es tan agotador, es una lucha constante. Porque esto me supera en cada momento, porque esto sí me da motivos para dejarme… pero ahí estoy. Y estoy tan cansada…
Tengo que ir a acostarme. Mañana debo madrugar. Mañana es otro día. Otro día sin sentido. Otro día de tremenda lucha, otro día que me gustaría no pasar…
Te quiero, mi amor. Voy a encontrarme contigo, en sueños, una noche más. Te quiero tanto que casi no puedo respirar. Te quiero, siempre…