
Hoy es 30 de mayo. Hace un año parte de tus órganos dejaron de funcionar: el hígado, los intestinos, el riñón… Hace un año empezaba mi infierno y tú empezabas a descansar del tuyo, al menos eso prefiero pensar. Recuerdo las visitas de los médicos, como empezaban a despreocuparse del aislamiento y se fijaban en otras cosas. Recuerdo acompañarte a múltiples pruebas. Tú y yo, solos. Esta vez eras tú el que llevabas la mascarilla y yo la que intentaba sonreírte. Recuerdo hablar en el despacho del médico para decirme que la cosa pintaba mal mientras yo me disculpaba por empezar a llorar. Recuerdo llamar a tus padres para que vinieran desde Tenerife. Y seguían las pruebas, y seguían los paseos por los pasillos, mientras yo esperaba a tus padres e intentaba hacerte ver que no pasaba nada. Llegó tu padre justo cuando decidieron llevarte a la UCI. Todo pasaba tan rápido… Y una prueba más mientras tu padre iba a buscar a tu madre al barco y yo me quedaba ahí, en ese pasillo, esperando verte. De repente apareciste, cansado, con la mascarilla, en la camilla a las puertas de la UCI. Me miraste y levantaste el dedo pulgar en señal de que todo iba bien y yo te miré, sonreí para no preocuparte mientras te saludaba con la mano y te decía: “hasta luego, mi vida”. Luego llegaron tus padres y yo pude evadirme, esconderme dentro de mí y alejarme del resto del mundo para estar contigo y pasar a nuestra manera, una vez más, los que iban a ser los peores días de nuestra vida…
Puedo decírtelo más alto, puedo gritártelo a voces, puedo mirar el mar con la mirada más profunda y distante mientras te busco, pero no creo que pueda amarte más de lo que te amo. Puedo intentar explicarte todo lo que sentí, pero no quiero hacerlo, sólo quiero que sepas que te quiero, con toda mi alma, que habría hecho cualquier cosa por ti, que habría ido hasta el más oscuro de los infiernos, que eres el hombre de mi vida, mi amor, mi sueño, mi lindo agaporni. Que te quiero, mi vida, que te quiero, siempre…